E
n su momento, el presidente norteamericano Richard Nixon se vio obligado a
dimitir de su cargo a consecuencia del escándalo Wattergate. El canciller ale-
mán Willy Brandt tomó la misma decisión cuando se descubrió que un cola-
borador suyo había incurrido en un delito de espionaje. En otros muchos luga-
res y ocasiones, diversos dirigentes políticos se vieron precisados a abandonar
sus cargos cuando se vieron i
m
plicados en infracciones a la legalidad
. P
or citar
solo unos ejemplos recientes, es bastante interesante la lucha anticorrupción
política desarrollada actualmente en Italia, y el procesamiento y dimisión de
sus cargos del político belga Willy Claes, secretario general de la OTAN, por
delitos de corrupción, fraude y falsificación en negocios públicos. El motor de
todas esas operaciones de regeneración política es una opinión pública con-
cienciada que no transige con el quebrantamiento, por parte de sus dirigentes
políticos, de unas leyes que son garantía y patrimonio de todos y a las que
todos deben respetar y hacer respetar.
E
n realidad ese
m
otor de la participación del colectivo social es imprescindible
para todo proceso revolucionario o incluso simplemente transformador de la
sociedad. Las fuerzas interesadas en esa transformación progresista deben ser
participantes y no sólo espectadoras de la lucha por la hegemonía social e
ideológica, de todos los aspectos de la lucha de clases. La correlación de fuer-
zas se decantará en favor de opciones de progreso no sólo por los avances que
se puedan registrar en el terreno electoral sino también, y sobre todo, por la
consecución de un alto grado de concienciación, articulación y movilización
de amplios sectores de la base social, de las masas populares.
Nunca una crisis política, social o económica se resuelve en favor de las capas
s desfavorecidas de la sociedad si no hay una movilización y un protago-
nismo de las víctimas de la situación de injusticia.
Ese protagonismo social, esa participación de las masas en los asuntos que le
conciernen y en el proceso de su liberación, es esencial e ineludible. Y es lo
que está faltando en la actual crisis política, social y económica de nuestro
país. No puede existir completa inmovilidad de la situación social: si no hay
movilización hay desmovilización. La pervivencia del felipismo con su
secuela de corrupción, fraude y deterioro institucional así como ineficacia de
la administración, quebranto económico y desertización industrial, es clara
expresión de la profundidad de un proceso regresivo de gravísimas conse-
cuencias. El capitalismo neoliberal está liquidando las conquistas sociales y
los derechos laborales conseguidos por la lucha proletaria de más de un siglo
y medio. Los derechos políticos del sistema democrático están quedando en
mero formalismo por la transferencia de la soberanía nacional a entes econó-
micos supranacionales que escapan al control de la ciudadanía.
L
a corrupción político
-
ad
m
inistrativa del partido gobernante y sus socios polí-
ticos, las prácticas de terrorismo de Estado, los escándalos del Ministerio del
Interior, el uso indebido de los fondos reservados, las turbias conexiones del
aparato felipista con el entorno de
M
ario
C
onde y otras
m
afias, la actitud entre-
guista del Gobierno de Felipe González en cuestiones vitales para la economía
española y la defensa de la industria, el sector pesquero, la agricultura..., la
falta de transparencia en la gestión gubernamental y la oposición del partido
felipista a que se investiguen las responsabilidades políticas por crímenes
evidentemente consentidos e incluso organizados desde el poder... todo eso
debiera ser como aldabonazos que despertasen la conciencia popular y nos
advirtiesen que bastantes cosas huelen a podrido en nuestro país.
Son casos y actitudes del Gobierno y del partido felipista de los que podría de-
cirse que claman al cielo. Pero ese clamor no tiene mucho eco en nuestro pue-
blo. Una encuesta reciente revela que en la intención de voto de los españoles
el partido de Felipe González sigue conservando un alto grado de apoyo popu-
lar, y la figura de ese dirigente, a pesar de todo, sigue siendo de las más valo-
radas políticamente. Si, la corrupción, los delitos, la ineficacia y el cinismo del
equipo gobernante claman al cielo, pero una piedra no se inmuta por todo eso
pues carece de sensibilidad para ello. De alguna manera, una parte considera-
ble del colectivo social de nuestro país es tan insensible como una piedra ante
casos tan escandalosos como los que deshonran al equipo de Felipe González.
Tal tolerancia social a semejante pandilla de sinvergüenzas sea totalmente
inconcebible en una democracia más desarrollada y donde una larga tradición
de ejercicio de las libertades públicas generaron en la población un sentí-
miento de respeto hacia su propia dignidad.
Pero no es el caso de que nos avergoncemos de ser españoles. Es ésta y no
otra la sociedad que nos toca transformar. Si estamos convencidos de que esa
transformación no es posible sin el concurso responsable y consciente del
colectivo social, tenemos que aplicar el método marxista de análisis para des-
entrañar cuáles son las causas de la apatía social que permite el predominio de
los desaprensivos en la política española. En primer lugar está el peso de la
historia
;
en
E
spaña no existe una arraigada tradicn de
m
ocrática
. F
ueron bas
-
tantes siglos de despotis
m
o
,
inquisición
,
feudalismo y caciquismo. El resultado
de todo ello es una población desvertebrada y desinformada, carente de ca
-
pacidad de resistencia ante la supremaa ideológico-cultural de los detentadores
del poder. Para una gran parte de nuestro pueblo carece de sentido el concepto
de transformación social y el de libertades públicas. Hay en el fondo del carác
-
ter popular español una sensación de que no merece la pena empeñarse en
ca
m
biar cosas que
«
sie
m
pre fueron así
». E
s evidente que el actual apoyo electoral
al
P.S.O.E.
y al
P.P.
evoca en gran
m
edida el apoyo que esos
m
is
m
os sectores popu-
lares brindaban varias décadas antes con su «sí» masivo en los Referendums
del régimen de Franco. Es decir, que hay en el alma popular española una ten-
dencia a apoyar, aunque sea pasivamente, a quien detenta el poder y no cues-
tionar la forma en que lo detenta ni los objetivos que persigue. Este peso de
muchos siglos de historia de nuestro país da la medida de la ingente tarea a la
que nos enfrentamos: la transformación de una mentalidad muy arraigada.
P
or otra parte
,
co
m
o factor de la apatía y des
m
ovilización social
,
esta ta
m
bién la
desconfianza acerca de la fuerza potica que pueda protagonizar la superacn de
la actual crisis política y eco
m
ica
. U
na parte considerable del colectivo social
español se inhibe ante la alternativa de rechazar a un
P.S.O.E.
que
,
incluso con to-
das sus lacras, representa la posibilidad de cerrar el paso a la derecha política.
Y
tanto esos sectores sociales co
m
o los que sí se confor
m
an con la derecha no ven
en la opción política que apoyamos los comunistas una verdadera alternativa
de gobierno y de hegemonía cultural y social. Llevar a una sociedad de estas
características el mensaje de que no solamente existe otro camino y otra forma
de recorrerlo sino también otra meta a la que dirigimos, es una tarea de una
dificultad extraordinaria.
Los comunistas españoles tenemos que estar a la altura de esa dificilísima
misión. Ni la pasada historia de nuestro país ni la realidad actual apuestan por
nuestro proyecto de una sociedad sin explotación clasista y sin alienación
política e ideológica. Pero tenemos que ganar el futuro. Un futuro de justicia y
progreso para nuestro pueblo.
Noviembre de 1975